Salem
Oye, voy para allá, llevo al gato, paso por ti para ir al veterinario.
Hace casi 5 años de eso, y de una forma tan random empezaste a formar parte de nuestras vidas. Recuerdo como al regresar de esa consulta con tu transportadora, platos y comida, te pusimos en el pasillo para que salieras cuando quisieras, como nos recomendaron, y que al voltearnos 5 segundos ya no estabas. Recuerdo pensar geninuamente si de verdad habíamos llevado un gato y salir a buscarte por todo el edificio, para encontrarte detrás del excusado, oculto en la oscuridad.
Ese mismo día nos dijeron que tenías leucemia felina, que estabas muy bien de salud pero que, como toda leucemia, esa enfermedad no te dejaría vivir hasta ser el mas viejo (pero si el mas sabio) de los gatos. Prometimos cuidarte y amarte todo el tiempo que estuvieras con nosotros.
Recuerdo cuando supimos que esos feos humanos con quienes estuviste antes te maltrataban, y la felicidad cuando dejaste de esconderte en los armarios y comenzaste a venir a visitarnos a la cama. Ese primer tope de cabeza y cuando empezaste a subir el volumén de tu ronroneo. O que sabías que al decir “Pichi Pichi” te hablábamos a ti y venías corriendo, y como te quedabas dormido tan a gusto que hasta roncabas y babeabas.
Aprendimos tantas historias sobre ti, desde cuando intentaste vender la torre eiffel, tu papel en la llegada del hombre a la luna, hasta de esa misteriosa gatita francesa que fue tu gran amor y cuya perdida nunca superaste. Nos contaste de tus misiones secretas y como cuando te fueras, tantos gobiernos harían un funeral en tu nombre. Apenas hace unos días descubrimos de tu etapa viviendo en casa de Frida Kahlo.
Sabemos que luchaste todo lo que pudiste y que desde hace unos meses ya no la estabas pasando muy bien. Por eso, aunque nuestros corazones están rotos, sabíamos que no queríamos que siguieras sufriendo y decidimos dejarte ir. Ojalá el amor que te dimos haya sido aunque sea una pequeña parte del amor que tu nos diste.
Van dos semanas desde que te fuiste y aún a veces parece que aquí sigues, que te voy a llamar y vendrás corriendo a ver si te doy comida. Todavía no me animo a tirar tus medicinas. Nos haces mucha falta, pero nos alivia pensar que un gato tan noble, fuerte y orgulloso como tú ya no está sufriendo.
Descansa en paz, Rey Salem, que sigas teniendo muchas aventuras alla donde vayas. Pero no nos olvides, para que cuando nos toque a nosotros descansar, podamos gritar “Pichi Pichi” y de nuevo vengas corriendo para poder abrazarte por toda la eternidad.